Desde que entró el pecado en el mundo ha habido división, desunión, lo que ha generado desconfianza hacia sus semejantes. La humanidad se ha llenado de las consecuencias de su pecado. Sufre por la soledad espiritual que la aqueja. En este sombrío panorama Dios ha permitido que veamos la luz y no ha dado una esperanza cierta. A través de Cristo hemos venido a cumplir el propósito original de Dios, de ser uno. Su eterna sabiduría y conocimiento de nosotros proveyó algo que nos sería imposible de alcázar por nosotros mismo. La Unidad es ahora una realidad a través de su amado hijo. Él oró por nosotros para que fuéramos uno (Juan 17). Uno en propósito, sentimiento, pensamiento, considerándonos unos a otros en amor. lo cierto es que la unidad depende de Dios. La unidad espiritual, perfecta. Existen muchas instancias que nos dividen, pero solo una la que nos hace parte de un mismo cuerpo, y dirigidos por un mismo Señor.
Permitamos que la unidad perfecta de Dios pueda dominar nuestras existencias. El beneficio es grande para nosotros mismo y para otros, cercanos y lejanos.
Juan Pablo
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