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jueves, 16 de junio de 2011

Porqué debería el creyente estudiar la palabra de Dios

A primera vista parecería totalmente innecesario considerar las razones por las que hay que estudiar la Palabra de Dios. Podríamos suponer que, después de la conversión, lo más natural para un nuevo creyente sería empezar un estudio de por vida del libro que le llevó originalmente a Cristo. Pero tanto la observación personal como la historia de la Iglesia demuestran todo lo contrario. La verdad es que la mayoría de los cristianos conocen poco acerca de la Biblia. Se exponen a continuación algunas buenas razones para estudiar las Escrituras.

I.- A causa de su autor.

Frecuentemente pensamos acerca de Dios como Creador, Redentor, Pastor, Juez, etc. Es, por supuesto, una forma correcta de pensar porque él verdaderamente actúa en todas esas funciones. Pero hay un gran logro de Dios que generalmente queda fuera de la lista de atributos divinos compilados 'por los hombres. Este maravilloso pero olvidado papel es el de escritor. Dios ha escrito un libro, y ese profundo e inapreciable libro es la Biblia. Como lo atestiguan los escritores humanos, lo más agradable que le podemos decir a un autor es: «Oh, sí, he leído su libro.»

Es un hecho auténtico, aunque trágico, que muchos cristianos que un día comparece­rán junto con todos los demás creyentes ante el tribunal de Cristo, se verán tristemente forzados a admitir que, aunque fueron salvos escuchando el mensaje de la salvación por medio del Libro de Dios, no dedicaron tiempo para leerlo. Por esto, si no por otra razón, la Biblia debiera ser cuidadosamente leída a fin de que el creyente pueda proclamar ante Cristo en aquel día: «Amado Señor, hubo muchas cosas que no hice en la tierra que debie­ra haber hecho, como otras que hice y que no debiera haberlas hecho, pero sí hice una cosa: leí tu libro.»

II.- Debido al mandamiento frecuentemente repetido de leerla.

«Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien» (Jos. 1 :8).

«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Ti. 2:15).

«El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda pala­bra que sale de la boca de Dios.» (Mt. 4:4).

Debemos hacer notar especialmente este versículo. Jesús dijo toda palabra.

III.- Debido a que la Biblia es el camino escogido de Dios a fin de llevar a cabo su divina vo­luntad.

A. Los pecadores son salvados por medio del mensaje de la Biblia.

«Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predica­rán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian las buenas nuevas! Más no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios» (Ro. 10: 13-17).

«Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras» (Hch. 2:14).

«Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?» (Hch. 2:37).

«Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. En­tonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las seña­les que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando gran­des voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad» (Hch. 8:4-8).

«Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 P. 1:23):

«El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos pri­micias de sus criaturas» (Stg. 1: 18).

B. Los santos son santificados por medio del mensaje de la Biblia.

«Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Jn. 17:17).

«Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (1 P.2:2). .

«Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Ts. 4:3).

«¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi cora­zón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guar­dado tus dichos, para no pecar contra ti» (Sal. 119:9-11).

«Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso» (Pr. 30:5, 6).

«Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho » (Jn. 15:7)

«y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados» (Hch. 20:32).

IV.- Debido a que nuestro enemigo el diablo la ha leído.

En Mateo 4 tenemos el relato de cómo el diablo tentó a Cristo tres veces. En cada ocasión el Salvador respondió a Satanás con la expresión: «Escrito está», y prosiguió citando la Palabra de Dios tal como se encuentra en el libro de Deuteronomio. Pero lo que casi siempre se pasa por alto es el hecho de que la frase «escrito está» se repite cuatro veces en Mateo 4, y que la cuarta vez es el diablo quien la usa para citar la Escritura a Cristo. Notemos cómo se desarrolla la conversación en este punto.

«Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra» (Mt. 4:5, 6).

Satanás cita aquí el Salmo 91:11,12. Está completamente sacado, sin duda alguna, de su contexto; pero, en primer lugar, ¿cómo supo Satanás acerca de esta palabra? La res­puesta es dolorosamente obvia. Un día, cuando el diablo no tenía otra cosa mejor que ha­cer, se puso a estudiar el Salmo 91. Muchos cristianos probablemente jamás han leído este salmo, ¡pero aparentemente el diablo lo había memorizado! En consecuencia, tenemos que leer la Palabra de Dios a fin de que el diablo no tome ventaja sobre nosotros.

V.- A causa del ejemplo de Pablo.

Pablo fue probablemente el cristiano más grande que jamás haya vivido. Sus logros espi­rituales son asombrosos. Este es el hombre que realizó los tres primeros viajes misioneros del cristianismo, que fundó y pastoreó las primeras cincuenta o más iglesias bíblicas, que escribió más de la mitad del Nuevo Testamento, y que vio al Cristo resucitado en cinco ocasiones; y que al menos en una oportunidad fue realmente elevado al tercer cielo. Pero que también fue arrestado, encerrado en la cárcel y condenado a muerte. Notemos cuida­dosamente sus últimas palabras dirigidas a Timoteo poco antes de su ejecución.

«Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos» (2 Ti. 4:6-8, 13).

¿Qué pergaminos eran estos? Eran sus ejemplares personales de rollos del Antiguo Tes­tamento. Lo que debemos notar aquí es que a pesar de todas sus extraordinarias proezas, el anciano apóstol todavía creía que podía sacar provecho del estudio de la Palabra en las vísperas de su muerte.

VI.- VI. Porque sólo la Biblia provee de respuestas para las preguntas más importantes del hom­bre. Dichas preguntas, que cada generación considera, son:

A. ¿De dónde vengo?

«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a· nuestra imagen, conforme a nuestra semejan­za; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn. 1:26,27).

«Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado» (Sal. 100:3).

B. ¿Por qué estoy aquí?

«El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; por­que esto es el todo del hombre» (Ec. 12: 13).

«Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4: 11).

C. ¿Adónde voy?

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Jn. 3: 16-18).

«Jehová es mi pastor; nada me faltará. Ciertamente el bien y la misericordia me se­guirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días» (Sal. 23:1,6).

«y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado aliaga de fuego» (Ap. 20: 15).

VII.- Porque nunca tendremos oportunidad de aplicar muchos de estos versículo s después que hayamos dejado la tierra.

A. No habrá oportunidad de usar 1 Corintios 10:13 cuando estemos en el cielo.

«No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1 Co. 10: 13).

Razón: en el cielo no habrá tentación.

B. No tendremos ocasión en el cielo de aplicar 1 Juan 1 :9.

«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiamos de toda maldad.»

Razón: en el cielo no hay pecado.

C. No dispondremos de la oportunidad de aplicar allá Filipenses 4: 19.

«Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.))

Razón: en el cielo no padeceremos necesidades.

D. No habrá allá oportunidad de aplicar Juan 14: 1-3.

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a prepa­rar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.))

Razón: en el cielo no habrá tristeza.

E. No tendremos ocasión ya de aplicar el Salmo 23:4.

«Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.))

Razón: en el cielo no existe la muerte.

VIII.- Porque en última instancia la prueba de nuestra fe es la Biblia.

Para ayudarle a entender esta última razón para estudiar la Palabra de Dios, permítame proponer la siguiente situación imaginaria. Frecuentemente sucede que los no creyentes lanzan esta acusación a los creyentes: «Ustedes los cristianos son todos iguales. Son muy dogmáticos. Creen que sólo ustedes poseen la verdad y que todos los demás están equivo­cados. ¿Cómo pueden estar tan seguros de que lo que creen es la verdad? » Esta pregunta, aunque a veces formulada en forma hiriente, es, sin embargo, correcta. ¿Cómo sabe el hijo de Dios que su fe es la verdadera?

Supongamos que usted es invitado a una importante función social en su lugar de resi­dencia. Allí se va a encontrar con personas de todas partes del mundo. Durante las presen­taciones se da cuenta de que el único cristiano que hay allí es usted. Uno tras otro le van presentando a un budista, un confucionista, un sintoísta, un musulmán y a otras personas que pertenecen a otras religiones no cristianas. Después de una agradable cena, la conver­sación gira gradualmente hacia el tema religioso. La anfitriona, dándose cuenta de que el tema es de interés general, anuncia repentinamente:

«Tengo una idea que me parece es estupenda. Dado que todos parecen muy interesados en la religión, permítanme proponerles que compartamos unos con otros de la siguiente manera: a cada persona se le permitirá hablar ininterrumpidamente durante diez minutos sobre el tema "Por qué creo que mi fe es la verdadera".»

El grupo se pone rápidamente de acuerdo con esta idea singular y provocativa. Enton­ces, sin aviso, la anfitriona se dirige a usted y le dice: «Usted es el primero. » Todas las conversaciones cesan, todos los, ojos se posan fijos en usted, todos los oídos están listos a escuchar sus palabras. ¿Qué va a decirles? ¿Cómo va a empezar? Consideremos rápida­mente algunos argumentos que no podría usar.

1. No podrá decir: «Yo sé que estoy en la verdad porque lo siento en mí. Porque Cristo vive en mi corazón.»

Esta es, por supuesto, una maravillosa verdad compartida por todos los creyentes, pero no convencerá al budista, quien sin duda sentirá que lo suyo es la verdad.

2. No podrá decir: «Sé que estoy en la verdad porque el cristianismo tiene más seguido­res en el mundo que ninguna otra religión.»

Esto simplemente no es verdad. En la actualidad la triste realidad es que los creyen­tes bíblicos evangélicos son minoría en el mundo. El musulmán se lo señalaría rápida­mente sin duda alguna.

3. No podrá decir: «Sé que estoy en la verdad porque el cristianismo es la más antigua de todas las religiones.»

En última instancia esto es cierto; pero el confucionista podría razonar diciendo que Confucio impartió sus enseñanzas religiosas siglos antes de la escena de Belén. Él no va a entender, por supuesto, la existencia eterna del Señor Jesucristo. Estos son, pues argumentos que usted no podrá esgrimir. ¿Qué podría decir? En realidad usted tendría a su disposición un solo argumento. Pero ese razonamiento, esa arma, usada en la ma­nera correcta, será más que suficiente para convencer totalmente a cualquier oyente hon­rado y sincero presente en la reunión. Esa arma maravillosa, ese argumento irrebatible, es su ejemplar personal de la Biblia. ¿Qué podría decir? Podría mostrar su Biblia y con toda confianza decir:

«Miren esto. Yo sé que estoy en el camino correcto porque el Autor de mi fe me ha dado un libro que es absolutamente diferente de todos los libros de sus religiones.»

Podría después seguir (hasta que se le agotara su tiempo) señalando la unidad, la indestructibilidad y la: influencia universal de la Biblia. Podría hablar acerca de su exac­titud profética, científica e histórica. Finalmente, podría presentar ejemplos conmove­dores de quizá la prueba más grande del poder sobrenatural de la Biblia, esto es, su maravilloso poder de transformar vidas.

Por supuesto, debe decirse también que ni la Palabra de Dios ni el Dios de la Pala­bra pueden ser científicamente analizados en los tubos de ensayo de un laboratorio. El divino Creador todavía desea y demanda fe de sus criaturas (véase He. 11: 1-6). Pero Él nos ha proporcionado un libro de texto celestial para ayudarnos en esta necesaria fe. En realidad el Evangelio de Juan fue específicamente escrito... «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn.20:31).

Fuente: Manual Biblico Portavoz